sábado, 29 de junio de 2013

Hoy

ESCRITO EL 31/07/2007

HOY

Hoy, cuando la luna ha dejado de ser llena para perder un poquito de su rostro y mostrar así una luna achatada, he subido al tejado y he sentido la brisa acariciar todo mi cuerpo.
He recordado cuando era más joven, cuando todavía era una niña, cuando disfrutaba de esa brisa veraniega y los días no eran días, sino tiempo.
Cuando no ubicaba un instante en un determinado ramal del tiempo, cuando no pensaba en que mañana debía levantarme a una hora determinada. Cuando las obligaciones eran rarezas de la vida cotidiana. Cuando pasaba horas y horas en el agua, cuando pasaba horas y horas en el jardín jugando con mi perro, cuando pasaba horas y horas enredando en la calle, cuando pasaba horas y horas…
Pero, en estos días, donde el tiempo vuela, porque aunque pase igual de rápido, siento que las semanas son tragadas por un horrible monstruo llamado rutina, he llegado al límite.

No quiero pensar en cuándo llegará el viernes, ni el sábado ni temer al domingo.
Quiero dejar de ubicar los días, quiero levantarme y sentir que no existe el tiempo y que nada que no quiera hacer será hecho por mí.

El viernes es un día en que se trabaja, sin embargo la gente está contenta porque sabe que al día siguiente no tendrá que cumplir con el trabajo, es más, quedan dos días para volver al trabajo.

El sábado es fantástico, ya que nadie trabaja y además al día siguiente no se madruga.
El domingo,  el domingo supuestamente es mejor que el viernes ya es un día festivo, sin embargo, adelantando nuestro pensamiento al futuro inmediato, se ve estropeado a causa de la existencia del lunes. Y no sólo del lunes, que es día laboral, sino de toda una semana de trabajo, cinco días vienen después del domingo, cinco días de trabajo y obligaciones.

Entonces, si nos adelantamos al futuro en cada instante que vivimos, disfrutamos más o menos según los acontecimientos que se vayan a dar. Lo que está claro es que vivimos más deprisa.

Y por ello existen los enamorados de los viernes, ya que aunque se trabaje, y se esté agotado de toda la semana recorrida, es el comienzo de unos días libres.

Adelantándonos en el tiempo conseguimos disfrutar menos, menos si pensamos que mañana es otro día de trabajo, en el cual tendré que levantarme temprano, vestirme, coger el coche, quedarme atascado en un  río de coches en donde gana la prisa a la calma, en donde se respira aire viciado, ya sea por el propio humo de los coches, o por la propia agresividad de los conductores.

Y una vez comenzado el trabajo, qué nos queda, un sin fin de tareas delante de un monitor, sentados, a veces dormidos, otras soñando y las más, trabajando.

Sin embargo, la teoría de los empresarios son las horas. Cuantas más horas estén sus trabajadores en la empresa mejor, rendirán más y serán más eficientes y así la productividad global aumentará. Y con ello, los bolsillos de los jefes se llenarán de más y más dinero.

Dinero, ese famoso invento, esa famosa moneda de cambio. Trabajas y te dan dinero.
Para algunos insuficiente, para otros de sobra.
El motivo del trabajo es para ganar dinero, podría ser para completar nuestra vida. Podría llenarnos profesionalmente y así conseguir la plenitud llegando a la felicidad.
Pero esto…sólo les ocurre a unos pocos afortunados.
De todas formas, una obligación es una obligación.
Y si el trabajo es para ganar dinero. Para qué es el dinero.
Algunos invierten esa moneda de cambio y consiguen así más dinero. Otros la gastan y consiguen alimentos, ropas, cobijo…
Además de cubrir todas las necesidades básicas, hay más dinero que cambiar. Y por ello algunas personas comprar cosas.
Cosas puede ir desde un simple trozo de corcho donde colgar unas fotos hasta un televisor de pantalla plana. Cosas puede ir desde un rastrillo con qué recoger las hojas que caen del árbol del jardín hasta una máquina climatizadora con qué enfriar tu casa en los momentos más calurosos.
Cosas, son simplemente cosas, pero a veces uno se siente más feliz teniéndolas cerca.
Las cosas pueden dar  seguridad, otras elegancia, otras apariencia, otras confort, otras entretenimiento, otras pueden llenar la vida de uno si las utiliza para hacer algo que le gusta.

Pero no dejan de ser cosas y más cosas, algunas llenas de polvo, esperando a que su amo, el que cambió dinero por ella, la use. Pero este amo está muy ocupado echando horas en su trabajo. En donde además de rendir, sueña en usar las cosas que compró y piensa en el viernes, cuando será libre. Y así de repente ya ha pasado una semana completa, donde el monstruo de la rutina se tragó los días. Donde uno adelanta los acontecimientos, donde se van las horas, los días, los meses y los años.
Y mirando atrás quedan en el recuerdo sólo aquellos días en que éramos libres de hacer lo que queríamos. Y como son tan pocos esos días, nos queda en el recuerdo una vida muy corta, basada en el trabajo, en las horas, en el dinero, en las cosas.


Qué hago aquí

ESCRITO EL 23/03/2000

Qué hago aquí

Estos no saben lo que dicen.
Aquellos miran sin fijar sus ojos en algo que merezca realmente la pena.
Esos escuchan palabras vacías, rotas, sin ningún encanto.
Él visita lugares que no están en los grandes mapas.
Ella ama sin saber qué es amar ni a quién ama.
Vosotros tenéis amigos inútiles que corren sin pensar nada.
Tú eres el peor de todos.
Tú, el que está allí reflejado en ese asqueroso espejo.
¿Qué te crees? ¿Acaso eres mejor que todos ellos?
Con esa barba mugrienta. Con ese aliento que mataría hasta a una rata de alcantarilla.
Pero, ¿a dónde vas? Vuelve a la cama y vuelve a soñar en todo lo que quieres pero no tienes.
Por favor, acuéstate. O mejor, suicídate. Tu vida no es interesante, no tienes nada que hacer aquí.
Ni un amanecer, ni un cielo estrellado, ni las olas del mar, ni los peces del atlántico, ni el león de la sabana, ni el oso panda, ni una mujer, ni un hombre te pueden hacer sentir una pizca de amor en ese agujereado corazón.
Pero... ¿está demostrado que todos los seres vivos nacen con corazón?
¿Y si fuese un robot?
Yo, sólo tengo una forma de probarlo. Matándome


                                                                 

La sonrisa en el cielo

ESCRITO EL  01/02/06

La sonrisa en el cielo

Como no puedo dibujar en un papel lo que ven mis ojos cuando miro al cielo, lo intento dibujar en mi mente. Me concentro y fijo la vista en la luna, que se ve como media sonrisa entre las ramas del árbol. Las hojas en la noche se confunden con el propio azul del cielo. Mi mente intenta fijarse en todos los detalles que hacen bello el momento, la imagen, el paisaje.

La luna, la luna lunera. Creciente, como mis pensamientos. Te miro y te veo, sonriendo como la luna en el cielo.

Tomo un papel he intento hacer un esbozo tuyo. De las ramas, de las hojas, del tronco, de la luna. Algo que me haga recordar este instante que me ha hecho ser un poquito más feliz. Y saco la cámara fotográfica y te plasmo.

En la noche, la luna entre los árboles. Esa sonrisa en la oscuridad, que se transforma en una sonrisa mía, que vuelve a mi expresión cada vez que te recuerdo.

Me acuerdo de hace un momento, cuando con el frío te encontré entre las ramas de un árbol, se dibujaba un círculo de hojas a tu entorno. Era precioso admirar una sonrisa en lo alto, una sonrisa hacia el mundo. La luna se ríe, la luna quiere que la veamos sonreír.

Está feliz.





Para todos aquellos

ESCRITO EN EL AÑO 1996 (con 16 años de edad)

Este pequeño relato lo escribí con 16 años, harta de ver hombres que se masturbaban delante de mí, hombres que me seguían montados en moto sacando la lengua y la movían arriba y abajo velozmente, o aquellos, que mientras te preguntaban por una dirección montados en el asiento de su coche, se la meneaban. 

Este relato me sirvió para reírme de aquella situación, que en sus inicios no fue nada agradable (con 9 años), pero que con el tiempo, al no pasar de una mera demostración de virilidad, aprendí a ignorar.


PARA TODOS AQUELLOS

El semáforo se abrió, Manuel pisó el acelerador. No tenía rumbo fijo, pero no quería reconocer que estaba completamente solo y sin sitio a donde ir ni a nadie a quien poder visitar.

Aparcó en un parque donde jugaban niños y niñas al coger, otros estaban montados en los columpios, pero todos con la sonrisa en sus rostros.
Manuel se echó las manos a la cabeza, empezó a gemir, aburrido, harto de su vida, deprimido y presionado constantemente por su madre, la que no permitía su rara persona.
Parecía que él era el único que le costaba trabajo relacionarse con los de su misma especie y más si era del sexo opuesto. Para él, una mujer era algo superior, con esas caderas, esas curvas que le hacían temblar cuando venían hacia él, contoneándose de lado a lado de la acera. Él, él no podía resistirlo, y siempre se tenía que apartar, y cuando ya había pasado la diosa, giraba su robusto cuello y fijaba la mirada en el culo de la mujer, los morros le llegaban al suelo, empapaba toda la carretera. Cuando ya no podía divisar su silueta, daba media vuelta y continuaba su camino, que no siempre sabía cuál era.

“Un ser divino que me ignora pero alaba a otros que son iguales, varones, como yo. ¿Por qué?”. Esta era la cuestión de Manuel.

Tenía treinta y tres años, seguía siendo virgen, aunque en sus sueños más profundos la había perdido hacía bastante tiempo, y además no con una mujer cualquiera, sino con cuerpazos de revistas de play boy.

En ese día había llegado a la conclusión de que su vida no valía nada y cuando muriese no tendría nada feliz que recordar, ningún placer como la amistad, el amor, el sexo. Algo por lo que desear seguir vivo y encerrado en este pequeño mundo.

Empezó a recordar aquellos años de su  adolescencia, cuando su piel era mucho más suave y sus ojos carecían de bolsas y tenían un brillo especial, su brillo de juventud.

Perturbado, confundido, recordó su primer roce, su primer beso. Se sacó el pene y empezó a meneárselo, sintió alivio, se descubría su cara de felicidad y se podía imaginar sus más íntimos deseos que lo excitaban.
Niños y niñas, que ya hacía rato que  observaban a ese extraño hombre, se acercaron al coche. Sus ojos se sobresaltaron ante tal espectáculo, los chiquillos echaron a correr, salvo los más curiosos. Manuel, después de su eyaculación, miró sobresaltado a ambos lados del coche y vio como niños inocentes lo veían; Sintió vergüenza, se suponía que  no debería hacerlo en lugares tan poco íntimos como un parque lleno de críos. Pero mientras se decía eso, creyó sentir cierto placer. El romper las reglas, ser observado, asustando niñas en la oscuridad... era algo que al parecer le gustaba.
Ahora se sentía orgulloso, podía conseguir la atención de las mujeres y hacerse notar, aunque decidió llevar paralelamente su vida de siempre. Sería un hombre de doble personalidad.

-“Amad al prójimo”- decía el cura a los creyentes.
Manuel se encontraba en el centro, rezando y pidiendo a Dios que lo perdonase. Después, se dirigió al confesionario y allí se confesó rogando clemencia.
El cura no aceptaba la masturbación pero sí que la practicaba, aunque eso nunca lo desveló.
-“Comprendo tu estado, pero deberías calmarte con duchas de agua fría y después saciar esas ganas de placer. Hijo mío, ¿no encuentras ninguna buena mujer para pasar el resto de tu vida junto a ella? ”-Preguntaba el cura.
-“No, padre”.
-“Hijo mío, ya te llegará. No debes de ir asustando a las chiquillas con esas obscenidades y menos pervertir a chicos y chicas inocentes.
-“Padre, usted no es inocente. ¡Mire!” -gritó Manuel.
Allí mismo, frente al cura, Manuel se desahogó y en esos minutos pudo sentir uno de los mejores orgasmos que había tenido hasta ahora.
          
Era todo una comedia, se reía de todos  pero a la vez disfrutaba y gozaba; le excitaba más el peligro y las situaciones incómodas que solían intimidar a los demás.
Manuel se había convertido en un exhibicionista, en un verdadero exhibicionista y de los buenos. Todas o por lo menos gran parte de sus situaciones eran absurdas y originales. Había veces que se desnudaba en bares, y sobre la mesa se masturbaba, o simplemente se acariciaba el cuerpo, sin ningún tipo de pudor. Otras, asistía a bodas y en la propia mesa de los novios practicaba “el sexo individual” pero antes pronunciaba un monólogo siempre picante y morboso.

Manuel apareció en todos los lugares, en el momento de hacer su número, con un antifaz. No había forma de saber quién era ese misterioso hombre.
Llevaba una doble identidad. De un ser desapercibido ante la humanidad, pasaba a ser alguien que continuamente llamaba la atención con las cosas más extrañas que se pudiesen imaginar.
Lo más irónico de todo era que antes de empezar su “show”, él  mismo se daba a conocer entrando sin ocultarse, pareciendo un hombre normal, pero al ser tan ignorado, nunca lo echaban en falta, de este modo nadie lo relacionó con semejante exhibicionista.
¿Quién sería ese señor? Ya, hasta las mujeres le sacaban atractivo, pero a las chiquillas que se lo encontraban en las oscuras calles no les hacía ninguna gracia. Aunque llegó  un momento que ya era un orgullo toparse con el mejor exhibicionista del país. Además, a la gente le recordaba a “el zorro”.
Así que su popularidad llegó a ser aceptable y hasta positiva. ¿Quién se iba a esperar esto? Desde luego que Manuel no.

Trabajaba en un banco y compañeros que hacían años que lo conocían, nunca acertaban su nombre a la primera, pero aquella mañana iba a ser muy distinta.

Manuel se levantó muy decidido, se vistió, y salió de su casa para dirigirse, como cada día, a su trabajo. Esta vez, entró con la cabeza bien alta, confiando en sí mismo. Recordó que había  podido llamar la atención en las calles oscuras y vacías, y en los bares llenos y en las santas iglesias. Había podido llamar la atención en muchos lugares, ¿por qué no podía ser por lo menos mirado, aunque simplemente fuese por casualidad en su propio lugar de trabajo? Quería comprobar si solamente era mirado por tener los genitales colgando.

Él había leído en los libros que la seguridad en sí mismo era un factor muy importante para ser  alguien en la vida, pero él no era NADIE, y encima NADIE se daba cuenta de su existencia.

Manuel comprobó que todos los trabajadores del banco seguían por su camino y pasaban de él, entonces Manuel se dirigió a su despacho, cogió una silla, salió de nuevo a la sala, y en el centro se colocó, allí se subió y comenzó a gritar:
-“¿Qué pasa en esta sociedad?, ¿Tiene uno que hacer cosas raras para no ser ignorado?”. La gente seguía en sus cosas, como si no hubiese NADIE gritando.
Después sacó la mesa y repitió la operación. Nadie prestaba siquiera un poco de interés por ese hombre histérico. Parecía que la respuesta de su pregunta esa afirmativa. Él tenía que hacer cosas raras para llamar la atención de los demás.
Había intentado llamar la atención de todas las formas posibles antes de comenzar a desnudarse.

Allí, sobre la mesa, como en una sala de “stripties,” empezó a desnudarse y de una forma muy sensual. Así atrajo el interés de los trabajadores que quedaban atónitos. Algunos pensaban: “cómo puede hacer eso el señor... el señor...”


El exhibicionista llegó a la conclusión de que su aparato reproductor era el causante de tanta atención. Todo el mérito lo tenía él, y su persona seguía siendo ignorada. “¿Será verdad que soy un privilegiado por tenerla de este tamaño y aspecto?”.