ESCRITO EL 31/07/2007
HOY
Hoy, cuando la luna ha dejado de
ser llena para perder un poquito de su rostro y mostrar así una luna achatada,
he subido al tejado y he sentido la brisa acariciar todo mi cuerpo.
He recordado cuando era más
joven, cuando todavía era una niña, cuando disfrutaba de esa brisa veraniega y
los días no eran días, sino tiempo.
Cuando no ubicaba un instante en
un determinado ramal del tiempo, cuando no pensaba en que mañana debía
levantarme a una hora determinada. Cuando las obligaciones eran rarezas de la
vida cotidiana. Cuando pasaba horas y horas en el agua, cuando pasaba horas y
horas en el jardín jugando con mi perro, cuando pasaba horas y horas enredando
en la calle, cuando pasaba horas y horas…
Pero, en estos días, donde el
tiempo vuela, porque aunque pase igual de rápido, siento que las semanas son
tragadas por un horrible monstruo llamado rutina, he llegado al límite.
No quiero pensar en cuándo
llegará el viernes, ni el sábado ni temer al domingo.
Quiero dejar de ubicar los días,
quiero levantarme y sentir que no existe el tiempo y que nada que no quiera
hacer será hecho por mí.
El viernes es un día en que se
trabaja, sin embargo la gente está contenta porque sabe que al día siguiente no
tendrá que cumplir con el trabajo, es más, quedan dos días para volver al
trabajo.
El sábado es fantástico, ya que
nadie trabaja y además al día siguiente no se madruga.
El domingo, el domingo supuestamente es mejor que el
viernes ya es un día festivo, sin embargo, adelantando nuestro pensamiento al
futuro inmediato, se ve estropeado a causa de la existencia del lunes. Y no sólo
del lunes, que es día laboral, sino de toda una semana de trabajo, cinco días
vienen después del domingo, cinco días de trabajo y obligaciones.
Entonces, si nos adelantamos al
futuro en cada instante que vivimos, disfrutamos más o menos según los
acontecimientos que se vayan a dar. Lo
que está claro es que vivimos más deprisa.
Y por ello existen los enamorados
de los viernes, ya que aunque se trabaje, y se esté agotado de toda la semana
recorrida, es el comienzo de unos días libres.
Adelantándonos en el tiempo
conseguimos disfrutar menos, menos si pensamos que mañana es otro día de
trabajo, en el cual tendré que levantarme temprano, vestirme, coger el coche,
quedarme atascado en un río de coches en
donde gana la prisa a la calma, en donde se respira aire viciado, ya sea por el
propio humo de los coches, o por la propia agresividad de los conductores.
Y una vez comenzado el trabajo,
qué nos queda, un sin fin de tareas delante de un monitor, sentados, a veces
dormidos, otras soñando y las más, trabajando.
Sin embargo, la teoría de los
empresarios son las horas. Cuantas más horas estén sus trabajadores en la
empresa mejor, rendirán más y serán más eficientes y así la productividad
global aumentará. Y con ello, los bolsillos de los jefes se llenarán de más y
más dinero.
Dinero, ese famoso invento, esa
famosa moneda de cambio. Trabajas y te dan dinero.
Para algunos insuficiente, para
otros de sobra.
El motivo del trabajo es para
ganar dinero, podría ser para completar nuestra vida. Podría llenarnos
profesionalmente y así conseguir la plenitud llegando a la felicidad.
Pero esto…sólo les ocurre a unos
pocos afortunados.
De todas formas, una obligación
es una obligación.
Y si el trabajo es para ganar
dinero. Para qué es el dinero.
Algunos invierten esa moneda de
cambio y consiguen así más dinero. Otros la gastan y consiguen alimentos,
ropas, cobijo…
Además de cubrir todas las
necesidades básicas, hay más dinero que cambiar. Y por ello algunas personas
comprar cosas.
Cosas puede ir desde un simple
trozo de corcho donde colgar unas fotos hasta un televisor de pantalla plana.
Cosas puede ir desde un rastrillo con qué recoger las hojas que caen del árbol
del jardín hasta una máquina climatizadora con qué enfriar tu casa en los momentos
más calurosos.
Cosas, son simplemente cosas,
pero a veces uno se siente más feliz teniéndolas cerca.
Las cosas pueden dar seguridad, otras elegancia, otras apariencia,
otras confort, otras entretenimiento, otras pueden llenar la vida de uno si las
utiliza para hacer algo que le gusta.
Pero no dejan de ser cosas y más
cosas, algunas llenas de polvo, esperando a que su amo, el que cambió dinero
por ella, la use. Pero este amo está muy ocupado echando horas en su trabajo.
En donde además de rendir, sueña en usar las cosas que compró y piensa en el
viernes, cuando será libre. Y así de repente ya ha pasado una semana completa,
donde el monstruo de la rutina se tragó los días. Donde uno adelanta los
acontecimientos, donde se van las horas, los días, los meses y los años.
Y mirando atrás quedan en el
recuerdo sólo aquellos días en que éramos libres de hacer lo que queríamos. Y
como son tan pocos esos días, nos queda en el recuerdo una vida muy corta,
basada en el trabajo, en las horas, en el dinero, en las cosas.