ESCRITO EN EL AÑO 1996 (con 16 años de edad)
Este pequeño relato lo escribí con 16 años, harta de ver hombres que se masturbaban delante de mí, hombres que me seguían montados en moto sacando la lengua y la movían arriba y abajo velozmente, o aquellos, que mientras te preguntaban por una dirección montados en el asiento de su coche, se la meneaban.
Este relato me sirvió para reírme de aquella situación, que en sus inicios no fue nada agradable (con 9 años), pero que con el tiempo, al no pasar de una mera demostración de virilidad, aprendí a ignorar.
PARA TODOS AQUELLOS
El semáforo se abrió,
Manuel pisó el acelerador. No tenía rumbo fijo, pero no quería reconocer que
estaba completamente solo y sin sitio a donde ir ni a nadie a quien poder
visitar.
Aparcó en un parque donde
jugaban niños y niñas al coger, otros estaban montados en los columpios, pero
todos con la sonrisa en sus rostros.
Manuel se echó las manos a
la cabeza, empezó a gemir, aburrido, harto de su vida, deprimido y presionado
constantemente por su madre, la que no permitía su rara persona.
Parecía que él era el
único que le costaba trabajo relacionarse con los de su misma especie y más si
era del sexo opuesto. Para él, una mujer era algo superior, con esas caderas,
esas curvas que le hacían temblar cuando venían hacia él, contoneándose de lado
a lado de la acera. Él, él no podía resistirlo, y siempre se tenía que apartar,
y cuando ya había pasado la diosa, giraba su robusto cuello y fijaba la mirada
en el culo de la mujer, los morros le llegaban al suelo, empapaba toda la
carretera. Cuando ya no podía divisar su silueta, daba media vuelta y
continuaba su camino, que no siempre sabía cuál era.
“Un
ser divino que me ignora pero alaba a otros que son iguales, varones, como yo.
¿Por qué?”. Esta era la cuestión de Manuel.
Tenía treinta y tres años,
seguía siendo virgen, aunque en sus sueños más profundos la había perdido hacía
bastante tiempo, y además no con una mujer cualquiera, sino con cuerpazos de
revistas de play boy.
En ese día había llegado a
la conclusión de que su vida no valía nada y cuando muriese no tendría nada
feliz que recordar, ningún placer como la amistad, el amor, el sexo. Algo por
lo que desear seguir vivo y encerrado en este pequeño mundo.
Empezó a recordar aquellos
años de su adolescencia, cuando su piel
era mucho más suave y sus ojos carecían de bolsas y tenían un brillo especial,
su brillo de juventud.
Perturbado, confundido,
recordó su primer roce, su primer beso. Se sacó el pene y empezó a meneárselo,
sintió alivio, se descubría su cara de felicidad y se podía imaginar sus más
íntimos deseos que lo excitaban.
Niños y niñas, que ya
hacía rato que observaban a ese extraño
hombre, se acercaron al coche. Sus ojos se sobresaltaron ante tal espectáculo,
los chiquillos echaron a correr, salvo los más curiosos. Manuel, después de su
eyaculación, miró sobresaltado a ambos lados del coche y vio como niños
inocentes lo veían; Sintió vergüenza, se suponía que no debería hacerlo en lugares tan poco
íntimos como un parque lleno de críos. Pero mientras se decía eso, creyó sentir
cierto placer. El romper las reglas, ser observado, asustando niñas en la
oscuridad... era algo que al parecer le gustaba.
Ahora se sentía orgulloso,
podía conseguir la atención de las mujeres y hacerse notar, aunque decidió
llevar paralelamente su vida de siempre. Sería un hombre de doble personalidad.
-“Amad al prójimo”- decía el cura a los creyentes.
Manuel se encontraba en el
centro, rezando y pidiendo a Dios que lo perdonase. Después, se dirigió al
confesionario y allí se confesó rogando clemencia.
El cura no aceptaba la
masturbación pero sí que la practicaba, aunque eso nunca lo desveló.
-“Comprendo
tu estado, pero deberías calmarte con duchas de agua fría y después saciar esas
ganas de placer. Hijo mío, ¿no encuentras ninguna buena mujer para pasar el
resto de tu vida junto a ella? ”-Preguntaba el cura.
-“No,
padre”.
-“Hijo
mío, ya te llegará. No debes de ir asustando a las chiquillas con esas
obscenidades y menos pervertir a chicos y chicas inocentes.
-“Padre,
usted no es inocente. ¡Mire!” -gritó Manuel.
Allí mismo, frente al
cura, Manuel se desahogó y en esos minutos pudo sentir uno de los mejores
orgasmos que había tenido hasta ahora.
Era todo una comedia, se
reía de todos pero a la vez disfrutaba y
gozaba; le excitaba más el peligro y las situaciones incómodas que solían
intimidar a los demás.
Manuel se había convertido
en un exhibicionista, en un verdadero exhibicionista y de los buenos. Todas o
por lo menos gran parte de sus situaciones eran absurdas y originales. Había
veces que se desnudaba en bares, y sobre la mesa se masturbaba, o simplemente
se acariciaba el cuerpo, sin ningún tipo de pudor. Otras, asistía a bodas y en
la propia mesa de los novios practicaba “el sexo individual” pero antes
pronunciaba un monólogo siempre picante y morboso.
Manuel apareció en todos
los lugares, en el momento de hacer su número, con un antifaz. No había forma
de saber quién era ese misterioso hombre.
Llevaba una doble identidad.
De un ser desapercibido ante la humanidad, pasaba a ser alguien que
continuamente llamaba la atención con las cosas más extrañas que se pudiesen
imaginar.
Lo más irónico de todo era
que antes de empezar su “show”, él mismo
se daba a conocer entrando sin ocultarse, pareciendo un hombre normal, pero al
ser tan ignorado, nunca lo echaban en falta, de este modo nadie lo relacionó
con semejante exhibicionista.
¿Quién sería ese señor? Ya,
hasta las mujeres le sacaban atractivo, pero a las chiquillas que se lo
encontraban en las oscuras calles no les hacía ninguna gracia. Aunque
llegó un momento que ya era un orgullo
toparse con el mejor exhibicionista del país. Además, a la gente le recordaba a
“el zorro”.
Así que su popularidad
llegó a ser aceptable y hasta positiva. ¿Quién se iba a esperar esto? Desde
luego que Manuel no.
Trabajaba en un banco y
compañeros que hacían años que lo conocían, nunca acertaban su nombre a la
primera, pero aquella mañana iba a ser muy distinta.
Manuel se levantó muy
decidido, se vistió, y salió de su casa para dirigirse, como cada día, a su
trabajo. Esta vez, entró con la cabeza bien alta, confiando en sí mismo.
Recordó que había podido llamar la
atención en las calles oscuras y vacías, y en los bares llenos y en las santas
iglesias. Había podido llamar la atención en muchos lugares, ¿por qué no podía
ser por lo menos mirado, aunque simplemente fuese por casualidad en su propio
lugar de trabajo? Quería comprobar si solamente era mirado por tener los
genitales colgando.
Él había leído en los
libros que la seguridad en sí mismo era un factor muy importante para ser alguien en la vida, pero él no era NADIE, y
encima NADIE se daba cuenta de su existencia.
Manuel comprobó que todos
los trabajadores del banco seguían por su camino y pasaban de él, entonces Manuel
se dirigió a su despacho, cogió una silla, salió de nuevo a la sala, y en el
centro se colocó, allí se subió y comenzó a gritar:
-“¿Qué
pasa en esta sociedad?, ¿Tiene uno que hacer cosas raras para no ser
ignorado?”. La gente seguía en sus cosas, como si no hubiese NADIE
gritando.
Después sacó la mesa y
repitió la operación. Nadie prestaba siquiera un poco de interés por ese hombre
histérico. Parecía que la respuesta de su pregunta esa afirmativa. Él tenía que
hacer cosas raras para llamar la atención de los demás.
Había intentado llamar la
atención de todas las formas posibles antes de comenzar a desnudarse.
Allí, sobre la mesa, como
en una sala de “stripties,” empezó a desnudarse y de una forma muy sensual. Así
atrajo el interés de los trabajadores que quedaban atónitos. Algunos pensaban: “cómo puede hacer eso el señor... el
señor...”
El exhibicionista llegó a
la conclusión de que su aparato reproductor era el causante de tanta atención.
Todo el mérito lo tenía él, y su persona seguía siendo ignorada. “¿Será verdad que soy un privilegiado por
tenerla de este tamaño y aspecto?”.
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